lunes, 25 de diciembre de 2017

DIOS O NATURALEZA

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“Cuanto más conocemos las cosas singulares, más conocemos a Dios”
Spinoza. Ética V, prop. 24.

José Pedrosa es uno de esos pacientes que ansían saber y cuya curiosidad no tiene cura. Como todos nosotros, anhela lo que no tiene: Sabiduría. Pero la busca, y estos que la cortejan son los menos. La mayoría se conforma con ficciones confortables. Ingeniero de profesión, ya jubilado, tuve la suerte de ser su tutor cuando cursaba en la UNED su grado de Filosofía. Participó en una de las sesiones memorables de la Quinta del Mochuelo, en la que se retrató con el grupo, esa tarde andaba por allí el muy publicado filósofo José Luis Villacañas.

El caso es que José Pedrosa  ha tenido a bien regalarme con afecto su trabajo sobre La cuestión religiosa en Spinoza y yo me lo he zampado de cabo a rabo, como se suele decir, con lápiz en la mano, esta excelente síntesis del pensamiento del sefardita holandés.

He mantenido con Baruch Spinoza (o Benito Espinosa, 1632-1677) una relación inconstante desde mis tiempos de estudiante universitario. Antes que nada escuché en la Facultad de Granada (Hospital Real) las notables explicaciones de José García Leal, “Pepe el Francés”. Luego manoseé y subrayé en una buhardilla de la Gran Vía la excelente edición nacional de su Ética demostrada según el orden geométrico, de Vidal Peña. Me impresionó su biografía y su analítica de los afectos; eso, sobre todo. Muchos años después compré en L’Île de France una traducción francesa de la Ética que apenas he consultado, de segunda mano, con inquietantes deltas en algunos márgenes.

Es sorprendente que tanto Descartes como Spinoza, dos racionalistas redomados, fueran tan finos en su análisis de los afectos y las pasiones del alma. El primero acaba afirmando, al final de su obra, que nuestra felicidad depende de su gestión, satisfacción y buen concurso. El segundo reduce el ser humano a apetitos y deseos:

"Las decisiones del alma no son otra cosa que los apetitos mismos" (Ét. III. Prop II).

El panteísmo del filósofo casaba bien con mis propensiones naturalistas y mi espiritualidad heterodoxa, pero su negación del libre albedrío siempre me pareció un disparate... "Quienes creen que hablan, o callan, o hacen cualquier cosa, por libre decisión del alma, sueñan con los ojos abiertos" (Ética, III, Prop. II). Y me lo sigue pareciendo. Cuando me doctoré tuve que seguir un curso sobre Hegel y comprendí lo mucho que debía el alemán al judío. También Kant y su racional sentido del deber adeudan mucho al geométrico pensar del pulidor de lentes. Y eso, aunque Hegel consideró a Spinoza un “acosmista” y un “monótono teísta”.

Sin duda, Spinoza lleva hasta sus últimas consecuencias el racionalismo cartesiano. El dios espinocista crea solamente a partir de su naturaleza interior, no sigue ningún fin, no tiene voluntad y todo lo que existe lo ha generado por su propia necesidad infinita, por su necesidad racional. Obviamente, este fatalismo teológico y racionalista nos deja sin Padre. A cambio, nos diviniza en parte, pues el sujeto humano espinosista (ya no dos cosas, alma y cuerpo, sino una sola) es parte de la naturaleza y la naturaleza misma es Dios…

“La esencia del hombre está constituida por ciertas modificaciones de los atributos de Dios” (Ética, II, Prop. X)… “el alma humana es una parte del entendimiento infinito de Dios” (Ibid. Prop. XI).

Hay mucho estoicismo en Spinoza, como en Kant, aunque en otro sentido bien distinto. Ambos son partidarios de un formalismo ético de carácter racionalista. Así, vivir de acuerdo con la Naturaleza es adoptar una posición religiosa, y viceversa. Igual que vivir de acuerdo con las normas y leyes de un Estado democrático sería hacerlo moralmente. El control de las pasiones es aquí también condición de una “iluminación informativa”. Vuelta al iusnaturalismo, que nunca se había extinguido y es difícil que lo haga mientras creamos (y es cuestión de fe) que los humanos tienen algo así como deberes y derechos innatos.

Hay también mucho de gnosticismo en esta filosofía que propone el conocimiento, el entendimiento y la reflexión, como únicos caminos de salvación y de liberación terrenales. Inmanentismo absoluto, muy del gusto de los jóvenes hegelianos o del estructuralismo marxista.  Althusser vio en Spinoza a un materialista que apostaba por un “proceso sin sujeto”, “el primer teórico de la ideología”, “Némesis de Hegel”. Según Vidal Peña, en la Ética se insinúa la idea de estructura: “invarianza en las transformaciones” y “autorregulación” de un sistema.



Tras su introducción, en el capítulo dos de su monografía, Pedrosa examina los influjos que cuajan en la original filosofía de Spinoza: judaísmo, cristianismo, neoplatonismo (Giordano Bruno, sobre todo), racionalismo y estoicismo. En el tercer capítulo, su expulsión de la sinagoga (la mayor de Europa está a las afueras de Amsterdam). En el cuarto, su método. En el quinto, la concepción central de su sistema: Deus sive Natura, Dios o Naturaleza. Compara aquí al Dios de Descartes con el de Spinoza. 

En el sexto capítulo trata de la particular hermenéutica racional y crítica de la Biblia que propone el filósofo holandés (que será muy tenida en cuenta por los grandes hermenéutas del siglo XX, entre ellos el magnífico Gadamer). En el séptimo, la complicada relación de la religión y el Estado, así como el paso de la necesidad a la libertad.

Mientras que para Vidal Peña, la conciliación de duración y eternidad es siempre la cruz metafísica de Spinoza y de donde provienen todas sus ambigüedades. Para mí, sigue siendo un misterio incomprensible cómo Spinoza puede conciliar la idea de la realidad como proceso necesario y sin sujeto con las ideas de libertad, tolerancia y democracia.

“Los hombres se equivocan al creerse libres, opinión que obedece al solo hecho de que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas que las determinan” (Ét. II. Prop. XXXV).

 No me resulta suficiente que se diga que en el sistema spinozista la negación de la finalidad (y por tanto de la intencionalidad) y la afirmación rotunda de la necesidad de cuanto ocurre no son sino motivos inspiradores, o que la libertad humana no se considera como un dato sino como un resultado. No veo cómo es posible que resulte libre una criatura cuya acción se reduce a la expresión externa de un conato necesario. De hecho, Spinoza considera la voluntad como un mero ente de razón, una simple representación de deseos del conatus, algo ficticio, un ser "metafísico" o un mero universal lógico. O bien reduce la voluntad a entendimiento activo: “La voluntad y el entendimiento son uno y lo mismo” (Ét. II. Prop. XLIX. Cor.).  La libertad queda reducida así a mera ausencia de coacción o de violencia. Y así entendida, no hay lugar ni para la creación ni para la creatividad, pues todo está ya decidido…

“El concepto spinoziano de Dios como necesariamente productivo destruye el concepto judeocristiano de creación” (Pedrosa).

El desprecio de la imaginación tiene mucho que ver con este intelectualismo fatalista. Spinoza reduce las imágenes a mera fisiología:

"Las imágenes de las cosas son las afecciones mismas del cuerpo humano, o sea, las maneras que el cuerpo humano tiene de ser afectado por las causas exteriores y de estar dispuesto para hacer esto o aquello" (Ét. III, prop. XXXII)

La imaginación es considerada exclusivamente como un modo de conocer imperfecto, y que además crea ficciones supersticiosas, particularmente en momentos de adversidad. Es la imaginación, esclava de los afectos, la que hace que el hombre estime la cosa amada en más de lo justo, y la odiada, en menos. Y se llama soberbia a esa especie de delirio por el que el hombre sueña con los ojos abiertos que puede realizar todas las cosas que alcanza con la sola imaginación. Ligada necesariamente como está a la experiencia sensible, Spinoza desdeña la imaginación –igual que Platón- situándola por debajo de la razón y muy por debajo de la “ciencia intuitiva” en su descripción de los géneros de conocimiento (Ét. II, prop. XL., esc. II).

Muestra la misma "humildad "(humildad que no es una virtud para Spinoza como tampoco lo fue para Aristóteles) respecto al concepto de alma, que no es para Spinoza otra cosa que la idea del cuerpo, o un mero correlato emotivo, intelectivo y pasional, de movimientos de las partes del cuerpo. (Me pregunto si esta tesis pudo influir en la crítica de Hume a la identidad, permanencia y espiritualidad del sujeto cartesiano).

“El objeto de la idea que constituye el alma humana es un cuerpo, o sea, cierto modo de la Extensión existente en acto, y no otra cosa” (Ét. II, Prop. XIII).

Es verdad que el monismo spinocista resulta muy actual (cfr. la obra de Damasio) frente al dualismo un tanto esquizoide de Descartes. Pues no somos dos cosas sino una sola y “la idea que constituye el ser formal del alma humana no es simple, sino compuesta de muchísimas ideas” (Ét. II, Prop. XV):

“La sustancia pensante y la sustancia extensa son una sola y misma sustancia, aprehendida ya desde un atributo, ya desde otro. Así también, un modo de la extensión y la idea de dicho modo son una sola y misma cosa, pero expresada de dos maneras” (Ét. II, Prop. VII)

O sea, que psicólogos mentalistas y neurólogos materialistas tratan la misma cosa, pero desde perspectivas distintas y con lenguajes diferentes. Para unos es "mente" lo que para otros es "sistema nervioso y cerebro". Para Spinoza, “el orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las cosas” (Ét. II, Prop. IX).

De poco sirve que el intelectualismo racionalista se cargue de emocionalidad. Unamuno nos invitó a leer la Ética de Spinoza como un “desesperado poema elegíaco”. Pero ese “amor intellectualis Dei”, que probablemente Spinoza heredó del genial León Hebreo y de sus Diálogos de amor (1502-1535), nos deja bastantes helados. Hechos como estamos -según Spinoza- de deseos, es inverosímil que el conocimiento por sí mismo sea capaz de actuar sobre las pasiones convirtiéndose en un afecto activo más poderoso si ni siquiera puede actuar contra ellas. Y son los deseos –para Spinoza- los que asignan valor a las acciones. Por tanto, Spinoza no admite que podamos juzgar que algo es bueno sin desearlo:

“Nosotros no deseamos algo porque lo juzguemos bueno, sino que lo llamamos ‘bueno’ porque lo deseamos” (Ética, II, Prop. XXXVIII. Esc.).

La idea del conatus espinocista tal vez haya influido en el concepto de "impulso formativo" (Bildungstrieb) de Johan Friedrich Blumenbach, que tanto interesó a Alexander von Humboldt cuando estudiaba en Gotinga. Y la consideración de la Naturaleza como un todo es muy interesante, y seguramente yacen aquí, como en germen, los conceptos de Naturaleza como red de relaciones vivientes (Naturgemälde) de Hulboldt, con que se iniciará el pensamiento y el movimiento ecologista y conservacionista:

“Toda la naturaleza es un solo individuo, cuyas partes –eso es, todos los cuerpos- varían de infinitas maneras, sin cambio alguno del individuo total” (Ét. II, Lema VII).

Spinoza lleva hasta sus últimas consecuencias su pan-logismo naturalista, implícitamente materialista. En ese todo se despliegan, necesariamente, los infinitos atributos de Dios, de los que a nosotros sólo nos he permitido conocer dos: extensión y pensamiento. Sin embargo, este extremo fatal deja sin sentido la oposición modal entre lo posible y lo real.

“En un universo regido por la necesidad, al igual que en las matemáticas, no hay, en efecto, distinción entre lo posible y lo real y, por consiguiente, no hay ni elección ni finalidad. Lo real es lo necesario y, [Spinoza] lo expresa [parafrasea Pedrosa]: ‘Por realidad y perfección entiendo lo mismo’ (Ética. II, def. VI).”

Desde un punto de vista así, uno no ve que haya mucho lugar para una concepción progresista de la historia, ni para un control liberal de la evolución de la cultura. Tampoco para el cristianismo, pues ese Dios al que se ama no puede amarnos, ni nos ofrece gloria ultraterrena si nos portamos bien, pues para Spinoza no hay más salvación que la mundana, la de permanecer “muy consciente de sí y de las cosas”, y “la felicidad (beatitudo) no es el premio de la virtud, sino la virtud misma”, sentida como alegría, o sea, una pasión por la que el alma pasa a una mayor perfección al entender y aceptar la necesidad de cuanto entiende.

Además de ofrecer una buena síntesis de la obra de Spinoza (no sólo de la cuestión religiosa como proclama el título),  el libro de Pedrosa tiene otros méritos: actualiza el pensar de Spinoza parangonándolo con el budismo, con las creencias de Einstein (“solo creo en el Dios de Spinoza”) o con la mecánica cuántica.

Al fin, el autor define al filósofo del Tratado teológico político como un pensador radical, heterodoxo e iconoclasta. Son también muy interesantes las notas que incluye después de su bien documentada bibliografía.

3 comentarios:

  1. El mencionado Vidal Peña hizo una lectura de Spinoza desde el materialismo filosófico de Gustavo Bueno. Interesante para adentrarse tanto en la ontología spinozista como en la buenista: http://www.filosofia.org/aut/001/1974vp.htm

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  2. Escribes: "Para mí, sigue siendo un misterio incomprensible cómo Spinoza puede conciliar la idea de la realidad como proceso necesario y sin sujeto con las ideas de libertad, tolerancia y democracia". Hay una imprecisión quizá ahí: Spinoza ve la realidad como proceso necesario pero no sin sujeto; la existencia del sujeto no requiere libre albedrío, son cosas diferentes. Quizá tú no derives ese "sin sujeto" de la ausencia de libre albedrío pero me ha parecido que lo hacías así.

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  3. Pepin, estoy como con el anterior título del cielo electrostático ,estoy acojonau !!!me pareces el filósofo más grande ,pero con diferencia.
    Un abrazo muy grande.

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