jueves, 29 de agosto de 2013

1.922: SEIS GRADOS DE SEPARACIÓN EN LA HISTORIA DE LA CULTURA OCCIDENTAL


Año 1922. Vamos a retroceder casi un siglo para hacer un experimento mental. Descenderemos a la tumba de Tutankamon; viajaremos a otros continentes, en pleno apogeo de los imperios coloniales, durante la edad de oro de la Antropología; podremos atisbar a Joyce y Proust juntos, en una noche de primavera en París, en el cénit de sus carreras literarias; y pasearemos por los rincones de la legendaria Residencia de Estudiantes, cuando Lorca, Buñuel y Dalí se hacían grandes amigos y abrían nuevas sendas para la creación artística. No faltará tampoco una ojeada al Berlín vanguardista y cabaretero de la Alemania pre-nazi, en el contexto de una Europa que, tras la Primera Guerra Mundial, intentaba sin éxito recomponer sus pedazos rotos para volver a empezar. Y trataremos de descubrir los hilos ocultos que atan a estos escenarios y personajes aparentemente tan dispares.
Primer grado: H. G. Wells y el mundo entreguerras


Einstein en la Residencia de Estudiantes en 1.924
La “cátedra” de la Residencia de Estudiantes acogió a las personalidades más prestigiosas de su época. Por allí pasaron eminentes científicos, literatos e intelectuales, que dejaron una huella indeleble en la cultura de nuestro país. Contribuyeron a que se forjara lo que, muy acertadamente, se ha llamado la Edad de Plata española. Los residentes estaban al tanto de las últimas novedades gracias a los extraordinarios ciclos de conferencias anuales organizados. La continua presencia de figuras internacionales, como Einstein, Marie Curie o John M. Keynes, supuso un auténtico revulsivo “en un país que olía a cerrado”, como apunta Javier Rodríguez Marcos. Una de las disertaciones más celebradas sobre actualidad política fue la que, en marzo de 1922, impartió Herbert George Wells (1866- 1.946). 

Este autor nos es más familiar, quizá, por sus novelas de ciencia ficción: La máquina del tiempo (1895), La isla del Dr. Moreau (1896), El hombre invisible (1897) o La guerra de los mundos (1898). Forma parte, con Julio Verne, de esa rara categoría de los visionarios. En 1932 predijo el comienzo de la segunda contienda mundial con sólo cuatro meses de error. En su discurso futurista, sin embargo, latía una honda preocupación social, enfocada hacia los problemas más candentes de aquella era: contra la lucha de clases, la posibilidad de transformar pacíficamente la sociedad; el rechazo a los excesos del imperialismo británico y a los peligros de la tecnología descontrolada, o los límites éticos de la ciencia. Este gran pacifista denunció los horrores derivados de los conflictos bélicos y de los nacionalismos  exacerbados, y cuestionó las posibilidades de supervivencia de la especie humana por causa de los mismos. No fue únicamente un novelista de gran éxito sino también un historiador y filósofo prolífico. No obstante, como tantos otros hijos de aquel tiempo convulso, tuvo sus luces y sus sombras: fue partidario de la eugenesia y más tarde tendría que pedir perdón por sus opiniones antisemitas.


En 1919 había terminado la Gran Guerra, que sólo tardaría 20 años en cambiar de nombre. El Tratado de Versalles impuso el desarme de Alemania, acompañado de grandes sanciones económicas. El país quedó depauperado y humillado. Con ello se ensanchó la brecha entre naciones ricas y pobres, entre capitalistas y proletarios. Como complemento al Tratado de Versalles, en 1922 se suscribieron una serie de importantes acuerdos en Washington, con el fin de limitar la expansión de las potencias navales y así garantizar la estabilidad política mundial. 



H.G. Wells cautivó a un nutrido auditorio, entre el que se encontraban Ortega y Gasset, Juan Negrín o Julián Besteiro, con sus Impresiones acerca de la Conferencia de Washington y los problemas de la posguerra. El conferenciante volvería a la Residencia en 1932 para hablar de Humanidad y dinero, un tema que nunca cansa.



 Wells fue un gran admirador de la Residencia como espacio de intercambio intelectual. La educación era, para él, el verdadero camino para la mejora del hombre. Este izquierdista convencido siempre se posicionó junto a las clases marginadas, en defensa de los derechos de la mujer y contra los excesos del capitalismo. Con los años, su fe en el progreso se fue debilitando. Tal vez sea en La máquina del tiempo donde mejor se aprecia su pronóstico sombrío acerca de la confrontación entre clases sociales.


 En el año 802.701, el planeta Tierra está habitado por los Eloy, descendientes de la clase capitalista. Viven bellos, felices y ociosos en la superficie. Cuando cae la noche, los siniestros Morlocks, herederos de los proletarios que trabajaban en la industria bajo tierra, dan caza y matan a los vástagos de sus antiguos opresores. La cuestión que estaba sobre el tapete era cómo conseguir un orden social más justo y solidario para impedir ese enfrentamiento. Precisamente es el núcleo del argumento de otra conocida historia de ciencia-ficción, Metrópolis.
En este enlace podéis ver este primer grado ilustrado con muchas fotografías: https://www.youtube.com/watch?v=8nrY1q8IUcA
Segundo grado: cine y nazismo

En agosto de 1922, Fritz Lang (1890-1.976), cineasta vienés, contrajo matrimonio con la actriz y guionista Thea von Harbou (1888- 1.954). De su unión intelectual nacería una obra maestra del séptimo arte, Metrópolis (1927), el primer largometraje de ciencia- ficción y el rodaje más caro realizado hasta aquella fecha. Su influencia en la historia del cine resulta inconmensurable. Aunque se ha querido otorgar mayor relevancia a los aspectos estéticos y visuales del film, no resultan separables de la trama que los soporta. 


El guión fue escrito por ambos y en él se basó la novela escrita por Thea von Harbou en 1925, recién reeditada en castellano. Eran los agitados años de la República de Weimer (1.919-1.933), con su inestabilidad política crónica, su galopante inflación y su creciente crispación social. Las noches de juerga en los animados y cosmopolitas cabarets, el ritmo alocado del jazz y el frenesí artístico de las vanguardias, contribuían a espantar esos fantasmas amenazantes. 

LolaLola canta Enamorada de los pies a la cabeza en El Angel Azul
Triunfaba el expresionismo, y la producción fílmica experimentó un crecimiento verdaderamente asombroso. Thea colaboró con su esposo en algunas de sus grandes cintas del período alemán, como M, el vampiro de Düsseldorf (1.931) o El testamento del doctor Mabuse (1932), aunque igualmente realizó guiones para cineastas tan geniales como Murnau o Carl Th. Dreyer. Sin embargo, su obra más conocida sigue siendo Metrópolis: Año 2026. Las poderosas élites habitan en una megalópolis cuajada de rascacielos, cuyo skyline evoca el Nueva York de los años 20. 


Los obreros, por el contrario, viven como esclavos, encerrados en el subsuelo y tiranizados por máquinas que no descansan día y noche. Incitados a la rebelión por una mujer robot, malvada e impúdica, los obreros se lanzan a destruirlas. Pero el hijo del dueño, de la mano de María, una joven humilde y religiosa, sellará la paz entre trabajadores y propietarios. Como se advierte, es la misma problemática social que se escondía en La máquina del tiempo de Wells. El arte de aquella etapa reflejaba, con escaso disimulo, el temor ante el contagio de la revolución proletaria, que había cuajado en Rusia, en 1917, con el triunfo del bolchevismo. La solución propuesta por Lang y Von Harbou en Metrópolis era una alianza entre el capital y la fuerza de trabajo, bajo la metáfora de la reconciliación entre el cerebro y el músculo a través del corazón. Las dos clases necesitaban un mediador para asegurar la ansiada armonía. Si intentamos desbrozar un poco esas ideas, nos encontraremos con que son un fiel reflejo de las contradicciones de aquella difícil situación histórica. Por una parte, toman de Marx la denuncia de la alienación y explotación de los trabajadores, sojuzgados por máquinas inútiles. Pero, en cambio, aparece un claro rechazo a la insurrección obrera, que solo conduciría al hundimiento del sistema social en su conjunto. La película advertía contra los falsos profetas, capaces de arrastrar a las masas a su propia perdición.


Igualmente se confrontan dos modelos de mujer. Una, liberada sexualmente, no duda en explotar los bajos instintos masculinos. Es la Eva del futuro, un robot sin corazón. Su hipnótico baile en el cabaret Yoshiwara me parece sacado de los escandalosos espectáculos de Anita Berber (1899-1.928), una vampiresa que fue la estrella más procaz del cabaret berlinés. 




Su doble, muy al contrario, es honesta, humilde y maternal, ejemplo de todas las virtudes cristianas que resume su nombre, María. En el film tiene, además, una apariencia impecablemente aria. El presupuesto que subyace bajo esta contraposición es, indudablemente, reaccionario. Ya están ahí las tres “K” de la ideología nazi: Kinder, Küche y Kircher, esto es, niños, cocina e iglesia, un destino hogareño para la mujer alemana.



Hay también una inaceptable solución corporativista: la paz social se hace depender de que los trabajadores se plieguen a los intereses de la clase dirigente, liderada por el Mediador. No tan casualmente, fue el pensamiento que alentaba al Partido Obrero Alemán, después denominado Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes. Su jefe era Adolf Hitler, que ya en 1922 se presentaba como la “viva encarnación del anhelo de la nación”. Resulta perturbador darse cuenta que esta película prefiguraba la venida de un gran líder conciliador, y cuán distinto resultó finalmente del ferozmente belicista y genocida Fürher.

La iconografía del filme mezcla el futuro más tecnológico con el oscurantismo medieval: el demoníaco mago Rotwang, rodeado por la estrella de David, recuerda a los cabalistas judíos, y no faltan las  catacumbas ni la quema de brujas. Del mismo modo, encontramos alusiones a mitos bíblicos, como la torre de Babel o el dios pagano Baal, personificado en la gran máquina destructora.


En su época, la obra recibió grandes aplausos por sus impresionantes efectos visuales y su recreación futurista de inspiración art decó. Pero H.G.Wells consideró inadmisible que condenase el maquinismo  como inútil y se posicionase contra el progreso. Acusó a los coautores de plagiar el Frankenstein de Mary Shelley y las obras pioneras de Karol Capek sobre robots, y hasta su propia novela Cuando el dormido despierte, de 1910. En resumen, para él se trataba de la película más tonta del mundo con diferencia.
Muchos años después, cuando ya se había convertido en uno de los grandes maestros del cine negro en Estados Unidos, el propio Lang reconocería que su propuesta del corazón intermediario era un cuento de hadas sin sentido y que, en aquellos días, no eran políticamente conscientes de lo que se les avecinaba. Quizá siempre pesó en su ánimo lo mucho que les había gustado la película a los jerarcas nazis. Aunque lo más valioso y perdurable sean sus deslumbrantes imágenes, precisamente por esas formidables paradojas la Unesco consideró, en 2001, que Metrópolis debía formar parte del Patrimonio de la Humanidad, como viva encarnación de la sociedad de su tiempo y por la profundidad de su contenido humano. Fue el primer film en conseguir esa distinción, que ha sido concedida sólo a unos pocos, como Los olvidados de Buñuel.




A la hora de ilustrar esta entrada me encontré con tantas imágenes imprescindibles que, como el asno de Buridan, me fue imposible escoger, así que Pedro Losada y yo hemos elaborado un corto audiovisual, con música techno de la versión de Giorgio Moroder (1.984). 

En 1932, el ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, propuso a Fritz Lang hacerse cargo de los estudios de la UFA, la cinematografía alemana. Thea se había afiliado al partido nazi ese mismo año y colaboró con el aparato propagandístico alemán. Lang, en lugar de aceptar el encargo, decidió escapar a Francia inmediatamente. Ambos se divorciarían en 1933, aunque su ruptura personal ya venía de lejos. Si os interesa saber más sobre Thea von Harbou, os propongo este enlace: http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2013/09/thea-von-harbou-el-cine-aleman-entre.html 
Aquí tenéis un enlace para ver la versión documental de este grado con un gran número de fotografías ilustrativas: https://www.youtube.com/watch?v=JBqr8DXeokw
Tercer grado: nace el Ulises de Joyce y muere Proust

Como Fritz Lang, también James Joyce huyó de los nazis. Se marchó a Zurich, en 1940, cuando las fuerzas del Tercer Reich ocuparon París. Allí había residido desde que se autoexiliara de Irlanda en 1920. Entonces ya se le conocía por obras tan importantes como Dublineses Retrato del artista adolescente. Pero tardó quince años en madurar su obra cumbre, Ulises, publicada en la capital francesa en febrero de 1922. El libro, que escandalizó a los bienpensantes por sus obscenidades, convulsionó el panorama literario. A través de la experimentación gramatical y lingüística más audaz, consiguió plasmar el flujo de la conciencia en el monólogo interior. La mezcla de géneros y la ruptura del orden sintáctico enredan al atribulado lector en un piélago de significados complejos y reverberantes, ecos de múltiples vidas reales o imaginarias.




La historia se centra en un solo día en Dublín, el 16 de junio de 1904, parece que en recuerdo de la fecha en que conoció a su esposa, Nora Barnacle. 



Como en un eterno retorno, cada año se celebra el multitudinario Bloomsday, recorriendo el itinerario seguido por el personaje Leopold Bloom en una lectura irónica e irreverente de diversos episodios de la Odisea.


Ulisses es, sin duda, la novela más influyente del siglo XX, aunque su valor tardó en reconocerse. H.G. Wells y Virginia Woolf fueran admiradores tempranos de Joyce pero, en 1922, su fama no era comparable a la de Marcel Proust (1871- 1922). 

Recluido durante quince años en su casa del 102 Boulevard Haussman de París, vivía de noche, aislado del mundo y a dieta de café, en combate permanente contra su frágil salud para intentar acabar el inmenso fresco de En busca del tiempo perdido. Fue publicado entre 1.913 y 1.927, siendo las tres últimas novelas póstumas. La magdalena más célebre de la historia, mojada en té, destapa el frasco de la memoria y los recuerdos se agolpan ante el autor, que reflexiona incansablemente sobre el tiempo, las pasiones y el sentido de la existencia. Era una fórmula alternativa para analizar literariamente nuestra condición. El arte tiene esa sorprendente capacidad para explorar las simas más profundas del ser humano y servir como linterna que ilumina nuevas trayectorias.
En mayo de 1922, Proust y Joyce coincidieron en una cena en París, a la que también asistieron otras dos grandes figuras de la experimentación artística, Picasso y Stravinsky. A la salida del evento, los dos literatos subieron al mismo taxi de vuelta casa, junto con otros caballeros. Durante la conversación, Proust reconoció no conocer la obra del irlandés. Éste, es de suponer que picado en su amor propio, pretextó ignorar también las novelas de su rival. El viaje transcurrió entre quejas somáticas de uno y otro y vahos alcohólicos. En un momento del trayecto, Joyce intentó fumar y abrió la ventanilla del vehículo pero, pese a ser primavera, Proust le pidió que la cerrarse por su enfermedad. Moriría en noviembre de ese mismo año por culpa de una bronquitis mal curada. Joyce no faltó al funeral para despedir a su gran predecesor en el camino de la renovación literaria. 
Cementerio de Père Lachaise en París
En Madrid, por esas fechas, se reunían en la Residencia de Estudiantes tres de los mayores genios vanguardistas que recuerda la historia: García Lorca, Buñuel y Dalí.
En este enlace puede accederse a la versión audiovisual de este grado: https://www.youtube.com/watch?v=B_XCzBJkcdI
Cuarto grado: García Lorca, Buñuel y Dalí, la trinidad transgresora


Luís Buñuel (1.900-1.983) había llegado a Madrid en 1917 para estudiar Ingeniería agrónoma. Tenía entonces 17 años y no pasó desapercibido en la Residencia de Estudiantes. En las memorias de José Moreno Villa, uno de los “dones” o tutores que se encargaban de las actividades culturales de los estudiantes, escribió que Buñuel era “el gran loco”. Semidesnudo, se dedicaba a practicar el salto con pértiga y el boxeo de salón. Era naturista y su vestimenta y alimentación tenían un sello muy espartano. Solía acudir a las tertulias ultraístas de Gómez de la Serna en el Café Pombo. En 1920 comienza a estudiar Historia, disciplina en la que obtuvo su licenciatura. En 1925 se marchó a París, polo de atracción magnética para todo el que entonces aspiraba a ser alguien en el mundo del arte. Allí se decidió su carrera por el cine, al quedar conmocionado tras ver la película de Fritz Lang Las tres luces.
Federico García Lorca (1.898-1.936) se incorporó a la Residencia en el curso 1.919-1.920. Venía de estudiar Filosofía y Letras y Derecho en Granada. En Madrid se matriculó en Filosofía pero sin pensamientos de asistir a las clases. En cambio, se dedicó a escribir poesía. “Manaba música”, recordaría Moreno Villa, y debió de aprender muchas cosas junto a Juan Ramón Jiménez, que residía en el centro y lo invito a publicar en la revista Indice. Mientras el gobierno nacional soportaba una tremenda inestabilidad política y Barcelona vivía, en 1919, el peor año de su historia, con continuos sabotajes y atentados que la pusieron al borde de la anarquía total, la Residencia experimentaba otro tipo de revolución. Se estaba convirtiendo en un semillero de genios, que se avivaban mutuamente con sus talentosas chispas. Eran “espíritus juveniles llenos de ocurrencias”.



En 1.922 Federico ya tiene la madurez suficiente para escribir Poema del cante jondo. El empuje que le faltaba le llegó de la mano de Salvador Dalí (1.904-1.989), que ingresa en la Residencia en diciembre de ese año. Moreno Villa lo consideraba en todo opuesto a Lorca: delgaducho, casi mudo, encerrado en sí, tímido como un niño abandonado… melenudo, no muy limpio, enfrascado siempre en las lecturas de Freud y de los teorizantes modernos de la pintura. Dalí se matriculó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, de donde sería expulsado en 1926 por declarar incompetente al tribunal que debía examinarlo. La provocación siempre fue su lema.


Los tres amigos pretendieron demoler la tradición recibida para abrir nuevas vías en el devenir artístico. De su temporada de actividad conjunta más intensa, 1922-24, data el proyecto de escribir el Libro de los putrefactos. Pensaban recoger todo lo que detestaban del arte del pasado. Pero pese a los divertidos momentos y las escapadas a Cadaqués, resultó muy difícil mantener el equilibrio en aquel triángulo genial. Dalí comenzó a distanciarse de Lorca en 1927 por influencia de Buñuel, junto al cual descubrió París. La ruptura fue definitiva cuando Federico publica el Romancero gitano en 1928.  Dalí lo calificó como una obra “putrefacta”, el peor insulto que le podía dedicar. En plena fiebre surrealista, no soportó esa vuelta de tuerca lorquiana a la tradición folclórica patria. Un año más tarde se estrenó Un perro andaluz, resultado de la colaboración entre Dalí y Buñuel. Después vino La edad de oro, cuyo estreno se saldó con una sonada bronca. Dalí terminaría su relación con Buñuel cuando este, en 1934, “olvidó” incluirlo en los créditos de ambas películas.

En 1927, Buñuel organizó en la Residencia el primer cineclub de España, con un ciclo de películas mudas acompañadas con música en vivo. En la primera sesión se exhibió Rien que les heures (1.926) de Alfredo Cavalcanti. Este brasileño afincado en París mostraba la semblanza urbana de la capital del Sena en la estela del Ulises de Joyce. Gustó tanto el pase, al que también asistió Alberti, que Ortega lamentó no ser más joven para poder dedicar su vida al cine.

Giner de los Ríos había escrito en 1887: Lo que más necesitan, aún los mejores de nuestros buenos estudiantes, es mayor intensidad de vida, mayor actividad para todo, en espíritu y cuerpo: trabajar más, sentir más, pensar más, querer más, jugar más, dormir más, comer más, lavarse más, divertirse más. Eso se consiguió en aquella mágica Colina de los Chopos, como la bautizó Juan Ramón Jiménez. Mucho más que un colegio mayor, la Residencia fue un vivero de talentos gracias a la sobre-estimulación intelectual: excursiones, cruceros, deportes, estudio de idiomas, excelentes bibliotecas, charlas con grandes personalidades de la cultura española, que incluso vivían en el propio centro, y conferencias al más alto nivel internacional. Una de las más recordadas fue la de Howard Carter, descubridor de la tumba de Tutankamon.
Quinto grado: Howard Carter y la Egiptología



Cuando estaba casi a punto de que se le acabaran los fondos que le había concedido Lord Carnarvon para excavar en el Valle de los Reyes, Howard Carter (1.874-1.939) logró el triunfo más clamoroso en la historia de la Arqueología. Con 17 años, había comenzado a trabajar en Egipto como dibujante para la Sociedad de egiptología inglesa. El imperio colonial británico necesitaba grandes descubrimientos para respaldar su prestigio y poder en el Cercano Oriente, y para nutrir con valiosas piezas sus grandes museos. 




Carter era un arqueólogo de raza que, ya desde muy joven, supo poner en práctica métodos pioneros de investigación, por lo cual fue nombrado Inspector de Antigüedades. Gracias a su instinto para localizar tumbas, logró encontrar las de Tutmosis I y Tutmosis III aunque, como todas las halladas hasta entonces, habían sido saqueadas. Su brillante porvenir en la Administración se acabó a causa de un violento incidente con turistas franceses borrachos, en el cual Carter se limitó a cumplir el reglamento. Como al cónsul francés le molestó que no quisiera disculparse, tuvo que dimitir. Malvivió como artista una temporada hasta que lo contrató Lord Carnarvon en 1907. 

Lord Carnarvon
Este riquísimo aristócrata era un fan absoluto de la egiptología y financió los proyectos de excavación de Carter desde 1914. Lamentablemente, sus tareas debieron interrumpirse hasta 1917 por causa de la Primera Guerra Mundial pero, una vez reanudadas, el arqueólogo agotó la paciencia de Carnarvon por su falta de resultados. El mecenas le dio un ultimátum: sólo disponía de una temporada más para encontrar la tumba de Tutankamon, un faraón entonces desconocido que Carter había había logrado identificar. Por fin, con la campana de” tiempo” a punto de sonar, el 4 de noviembre de 1922 halló la tumba KV 62. Aunque la habían visitado los ladrones, por algún motivo debieron de escapar a toda prisa y no volvieron, por lo cual quedó milagrosamente intacta. Para evitar robos, Carter despidió a los obreros y cablegrafió a su patrocinador para que acudiera a presenciar el gran acontecimiento. El 26 de noviembre, Carter descendió los escalones de la tumba alumbrado sólo con una vela. Tras abrir una brecha en la puerta de la cámara, después de 2.250 años, pudo contemplar los fabulosos tesoros que los sacerdotes reunieron para honrar al joven faraón que había vuelto a la ortodoxia religiosa, tras la herejía solar de Akenaton (1.380-1.334 a. C).


La conversación entre Carnarvon y Carter ha pasado a los anales de la historia. Cuando el Lord le preguntó: ¿Puede ver algo?, el arqueólogo contestó con estas legendarias palabras: Sí, cosas maravillosas

La sensacional noticia dio la vuelta al mundo y la fama que obtuvo Carter fue tremenda. La muerte de Lord Carnarvon cuatro meses después, por culpa de una picadura de mosquito infectada, dio pábulo a la leyenda de la maldición de la momia, lo que espoleó aún más el interés del público por el descubrimiento. La culpa parece que la tuvo el genial creador de Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle, cuando se le ocurrió publicar un artículo en el que señalaba, como causa de esa misteriosa y repentina muerte, unos “elementos" esparcidos por los sacerdotes para proteger la tumba real.

En noviembre de 1924, Howard Carter habló sobre su extraordinario hallazgo en la Residencia de Estudiantes, acompañado en todo momento por el Duque de Alba. Como escribe Álvaro Ribagorda, la visita de Carter desató en Madrid una auténtica fiebre egipcia y fue noticia en todos los periódicos nacionales. El arqueólogo se dio en nuestro país un verdadero baño de multitudes. Recibió la Gran Cruz de Alfonso XII y hasta tuvo que repetir su conferencia en un teatro madrileño abarrotado de público. El éxito fue tal que volvió a la Residencia en 1928 con nuevas charlas acerca de sus descubrimientos. 



Está claro que la Arqueología estaba de plena actualidad en la década de 1920. Se había suscitado un enorme interés por conocer nuevas muestras del esplendoroso pasado de las antiguas civilizaciones, que los innovadores sistemas de excavación conseguían sacar a la luz continuamente. Ello permitió grandes avances en la Historiografía y en la Antropología. Pero el modelo de investigador romántico, como Howard Carter o Leo Frobenius, estaba llamado a desaparecer. Dejaba paso a otra generación de universitarios, técnicamente rigurosos en sus protocolos de trabajo, como B. Malinowski, que sentarían las bases de la moderna Antropología.
Sexto grado: Los Argonautas de Malinowski. La edad de oro de la Antropología




En 1.922 se publicó una obra clave para la Antropología, Los Argonautas del Pacífico Occidental, de Bronislaw Kaspar Malinowski (1.884-1.942). El que llegaría a ser el más famoso de los antropólogos, se doctoró en Filosofía en su Polonia natal, y después amplió estudios sobre Física y Matemáticas. Cuando lee La rama dorada de Sir George Frazer, queda fascinado por la Antropología, disciplina que comienza estudiar en Londres en 1910. Como era súbdito del imperio austrohúngaro, cuando empezó la Primera Guerra Mundial intentó evitar que lo militarizaran. Para ello, se marchó a realizar trabajo de campo a las antípodas, en Nueva Guinea, entonces territorio británico. Pero, acabada su investigación, en 1915, se le impidió volver a Inglaterra por pertenecer a un país enemigo. Entonces aceptó permanecer desterrado en Melanesia durante el resto de la guerra.


“Imagínese que de repente está en tierra, rodeado de todos sus pertrechos, solo en una playa tropical cercana a un poblado indígena, mientras ve alejarse hasta desaparecer la lancha que le ha llevado”.  Son las palabras tan conocidas con las que intenta transmitir al lector su sensación de desamparo y aventura absoluta en medio de la tribu. Lo que vivió como una experiencia personal frustrante y deprimente, como revelarían sus diarios privados al ser publicados en 1967, le sirvió para convertirse en la figura más sobresaliente en la historia de la Antropología. Sin compañía de ningún hombre blanco en las Islas Trobriand, consigue aprender en unos pocos meses el lenguaje de los nativos. Ello le permitió vivir una inmersión casi total en su cultura, entendida como cosmovisión. Apenas sin precedentes en esa tarea titánica (F.H. Cushing, Franz Boas o los miembros de la expedición al Estrecho de Torres en 1898), Malinowski se convirtió en un verdadero héroe intelectual, al teorizar de la forma más acabada el método antropológico por antonomasia, la observación participante. En lugar de basarse en informes de segunda mano, plagados de errores de interpretación, el investigador mira e interviene en la vida del poblado hasta que logra comprender la forma de vida de los miembros de la comunidad, que es un todo orgánico en el que todos y cada uno de los elementos están interrelacionados con los restantes.




Malinowski consiguió cambiar la visión tradicional de los indígenas como seres salvajes. Una vez que a un funcionario colonial le preguntaron por sus costumbres y maneras, replicó agriamente: Costumbres ningunas, maneras bestiales. Malinowski, por el contrario, se da cuenta de que sus sistemas de parentesco, relaciones sociales y rituales son extremadamente complejos y sofisticados, hasta el punto de que, En comparación, la vida cortesana de Versalles o El Escorial era libre y fácil. Contra la supuesta irracionalidad de los nativos, Malinowski es capaz de descubrir que, entre ellos, la omnipresente magia cumple exactamente el mismo papel que, entre nosotros, la ciencia: otorgar “el poder de dominar las fuerzas de la Naturaleza”.


El antropólogo trata de superar nuestro etnocentrismo. Entendiendo el punto de vista de los otros, tal vez surja la llama que nos permita comprendernos mejor. Una reflexión preciosa suya al respecto es: Cuando leamos el relato de estas costumbres remotas, quizá brote en nosotros un sentimiento de solidaridad con los empeños y ambiciones de estos indígenas. Quizá comprenderemos mejor la mentalidad humana y eso nos arrastre por caminos nunca antes hollados. Quizá la comprensión de la naturaleza humana, bajo una forma lejana y extraña, nos permita aclarar nuestra propia naturaleza. En este caso, y solamente en éste, tendremos la legítima convicción de que ha valido la pena comprender a estos indígenas, a sus instituciones y sus costumbres.




Malinowski contemplaba la Antropología como la culminación del humanismo. Permitiría preservar las valiosas culturas de aquellos pueblos olvidados por la historia. Sin embargo, también se convirtió en una ciencia esencial para la administración de los imperios coloniales. El mismo año 1922 se publicó otra obra fundamental, El mandato dual en el África tropical, de lord Frederick Lugard. En ella se sentaban las bases del sistema de explotación de los territorios coloniales en la Commonwealth: el gobierno indirecto. Los británicos delegaban en los jefes tradicionales la administración de extensos e inhóspitos territorios. África, Asia y Oceanía constituían un inmenso almacén de recursos materiales y humanos, que engrasaban los motores de las metrópolis europeas en su pugna por el poder absoluto. La Antropología Aplicada, con el conocimiento que proporcionaba sobre los sistemas políticos y sociales de aquellos pueblos, fue una ciencia muy útil para su explotación de la manera más eficiente.

Malinowski siempre tuvo una frágil salud. Por ese motivo ya había viajado de niño con su madre a Canarias, en busca de un clima más sano. Lo mismo hizo cuando terminó la guerra, para intentar curar su gran desgaste físico y psicológico. Hasta 1921 residió en Icod de los Vinos, en la isla de Tenerife, donde encontró la paz necesaria para redactar la obra más trascendental para cualquier antropólogo. Sin embargo, fue una bomba de relojería que tardó en estallar. Por ello, no es extraño que este genio no fuera convocado a la Residencia de Estudiantes, como sí lo fue un antropólogo de la generación anterior, el alemán Leo Frobenius. En 1.924 impartió tres conferencias sobre la difusión de las culturas que entusiasmaron a Ortega, quien tradujo y publicó muchas de sus obras en la Revista de Occidente.
Leo  Frobenius
 Si tenéis interés en saber más sobre los asuntos tratados en este apartado, os propongo unos enlaces a textos de Mari Angeles Boix y míos que son bastante variados y entretenidos y pueden servir de introducción a la materia: sobre Leo Frobenius, http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/05/leo-frobenius-y-los-circulos-culturales.html; sobre Malinowski,http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/09/malinowski-en-espana-la-revolucion-del.html y http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/03/malinowski-y-africa-indirect-rule-y.html; sobre el método antropológico http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/06/inventando-la-antropologia-frank.html
Malinowski tomó el nombre de su gran tratado de la historia mitológica de Jasón y los Argonautas en busca del vellocino de oro. Como los antiguos griegos, también los melanesios eran unos expertos navegantes. Los Argonautas se lee como si fuera una novela. Es curioso, La máquina del tiempo de H.G.Wells se llamó originariamente The Chronic Argonauts (Los Argonautas del tiempo). Con ello se cierra el círculo.
Esta entrada nació de mi sorpresa al ir comprobando cuántas situaciones y personajes, para mí relevantes, se daban cita en el año 1922. Después intenté comprobar si existía alguna conexión entre unos y otros, lo cual resultó ser bastante fácil porque un sistema cultural es un organismo en que las piezas no están aisladas sino que aparecen entrelazadas en redes espesas, en correspondencia mutua. Así que eche mano de la hipótesis de los Seis Grados de Separación, que sostiene que cualquiera puede estar conectado a otra persona en un lugar distinto del mundo, a través de una cadena de conocidos que sólo tiene cinco intermediarios. Naturalmente, las personalidades y sucesos que he recogido no tienen por qué ser los más relevantes y tampoco cubren todas las parcelas del conocimiento. Faltan, por ejemplo, las ciencias, la filosofía, la música, o la moda como arte. Para todo esto, 1921 sí parece haber sido un año muy propicio: Albert Einstein recibe el Nobel de Física; Ludwig Wittgenstein publica el Tractatus; Arnold Schoenberg elabora su método de composición dodecafónica. Con su democracia de sonidos rompió para siempre la armonía de la música tradicional tonal. Y Coco Chanel crea el Chanel nº. 5, que utilizaría como pijama la sensual Marilyn, el personaje más logrado de la dulce y triste Norma Jean. Otro día intentaremos ver qué sale.
                                                                   ºººººº
Me gustaría dedicar esta entrada a mi amiga Pilar Parrilla, ávida lectora de los artículos de Espíritu y Cuerpo, que forma parte de la extraordinaria cosecha de 1922.
 IN MEMORIAM, 9-12-2013.

4 comentarios:

  1. Felicidades por la impresionante entrada, sin duda un verdadero políptico de conocimiento. Me gustaría añadir que H.G. Wells, también anunció, sin pretenderlo, algunos de los horrores de los nazis en "La isla del Dr Moreau", cuando el sádico doctor equipara sus vivisecciones con la "tortura artística" que tuvo lugar en los sótanos de la Inquisición, lo que nos permite intuir en él la figura del futuro Dr Mengele.
    En cuanto a "Metrópolis", es significativo darse cuenta de que estamos hablando de un filme que, ni cien años después de su creación, aún es objeto de una sistemátiva investigación arqueológica, en la busca de los pedazos perdidos que cayeron en la mesa de re-montaje cuando fue exportado a EEUU. A pesar del último descubrimiento de veintidós minutos extra en Argentina, aún nos falta una de sus secuencias. Sin embargo, como en la historia de la tumba egipcia, siempre es más evocadora la leyenda que la realidad: yo me quedo con la interpretación de Giorgio Moroder, sintética, musical e intemporal, antes que con las farragosas reiteraciones y cambios de tema que, como el "Mein Kampf", lastran la "Metrópolis" originaria.

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  2. Fascinantes ilustraciones, muy bien escogidas para esta interesantísima entrada, en la que me gusta hallar un tono tan personal como familiar.
    ¡Intensidad de vida, salud y ánimo, compañeros ginerianos!

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  3. Muchísimas gracias por vuestros elogiosos adjetivos. La verdad es que esta entrada nació mientras trabajaba unos textos sobre la Residencia de Estudiantes, que intenté que fuera el punto de referencia directo o indirecto en cada uno de los grados. En una reciente escapada a Madrid tuve una experiencia muy intensa con la Institución. Estaba alojada a un paso de la sede de la ILE, que está en obras de reconstrucción. Al pasar por allí varias veces se me aceleraba el corazón. Pero lo fue maravilloso de verdad fue la visita a la Residencia. Es increíble que esté a una manzana paralela a la Castellana, en una zona de embajadas muy céntrica pero escondida del bullicio urbano. Cuando enfilé hacia arriba por la calle del Pinar, no sabía si quitarme las sandalias para no pisar suelo sagrado, como Moisés con el episodio de la zarza ardiendo. Aquel refugio del saber es patrimonio cultural europeo. Da igual si solo ves los pabellones gemelos y el pabellón central desde fuera. Es suficiente para imaginar cómo era la vida entonces. Se puede hacer visita guiada y hay una habitación de estudiantes reconstruida tal como sería entonces. también hay una excelente exposición con mucha información audiovisual. Os animo a hacer la visita porque la Residencia está realmente céntrica, en el metro Gregorio Marañón.

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  4. Jose Ignacio González Lorenzo me apunta el nombre de diversos personajes en alguna medida relacionados con la Residencia, que es el eje vertebrador de esta entrada. Copio aquí su mensaje, por la utilidad informativa que posee, y tal vez haya ocasión de profundizar en la fase de la Residencia durante la guerra civil con una nueva cadena de personajes, como él propone.
    "Curiosamente, estos días estaba leyendo algunas memorias sobre los primeros tiempos del franquismo durante la guerra civil por personajes que fueron testigos de los hechos y, viendo el horror circundante, acabaron huyendo al extranjero. Creo que los podrías añadir a tu artículo aunque sólo el primero está relacionado con la Residencia de Estudiantes. O hacer una nueva cadena. Veamos.

    El primero es Antonio Ruiz Vilaplana. Debió llegar a Madrid hacia 1922 para estudiar Derecho. En algún momento (de sus estudios) estuvo un año en la Residencia de Estudiantes. Acabada la carrera, hizo oposiciones y se convirtió en Secretario Judicial y después de varios destinos llegó a Burgos en 1935 donde le sorprendió la guerra. Tuvo que intervenir profesionalmente en el levantamiento de cadáveres de los paseados y desaparecidos en aquellos primeros meses de guerra, teniendo que dar por desconocidos a personajes perfectamente conocidos, algunos amigos personales y personajes de gran valía. Asqueado de la situación, huyó al extranjero y publicó un relato de aquellos hechos: Doy fe… Un año de actuación en la España nacionalista.

    A Burgos llegó tambien aquellos primeros meses de guerra Fco. Serrat Bonastre, embajador en Varsovia, que fue nombrado por Franco como Secretario de Exteriores en la Junta Técnica Nacional. Diplomático, derechista y con un punto autoritario, Serrat era también un hombre inteligente e íntegro y también fue testigo del horror de los crímenes y, por su cargo, del desbarajuste, la incompetencia y la mediocridad del aparato franquista. Se ganó la antipatía de Nicolas Franco, factotum entonces del entorno de Franco y encargado personal de la adquisición del material de guerra extranjero. También huyo al extranjero y escribió sus propias memorias: Salamanca, 1936. Por su parte, Nicolás Franco fue desplazado por la llegada del cuñadísimo Serrano Suñer. Nicolás Franco fue alejado nombrándosele embajador a Lisboa.

    A Lisboa huyó Antonio Bahamonde, ayudante de Queipo en Sevilla, hastiado de tanto horror y autor del otro libro de memorias de la guerra en la zona franquista: Un año con Queipo de Llano".

    Muchísimas gracias, Jose Ignacio, por compartir tus lecturas y descubrirnos a estos personajes apasionantes.

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